Crónica: El Doble Cáncer de Andrés Felipe
SALUD HERNÁNDEZ-MORA / Bogotá
Públicación del año 2001
Tiene 12 años y no quiere morirse sin ver a su padre, uno de los 2.176 secuestrados en Colombia este año.
La industria del secuestro se extiende como una metástasis.
Los terroristas cobran impuestos hasta por decreto, como el 002.
Sólo le queda un soplo de vida pero el niño, calvo, ojeroso, entubado, hastiado de tanto dolor, se resiste a partir. No puede hacerle ese feo a su padre. «Si me muero y él llega a aparecer, ¿a quién va a encontrar».
Por eso Andrés Felipe, a sus 12 años, se armó de valor, superó el miedo atroz que le daba la sexta operación quirúrgica de su vida y dejó que le quitaran medio riñón del único que tenía. Pero ni apareció el padre ni alejó el cáncer que le corroe hasta el alma.
En la habitación 715 de la Policlínica de la Policía Nacional de Bogotá, Andrés Felipe sueña, respira y sigue en este mundo con la sola ilusión de abrazar a su padre después de 20 meses de ausencia.
Y en algún lugar de las espesas montañas colombianas, el cabo José Norberto Pérez soporta la infinita angustia de su cautiverio, con los ojos perdidos en el horizonte, ya no puede soñar, ni vivir, ni pensar, rezar es su único consuelo, pedir a su Dios que ablande el granítico corazón del jefe de sus guardianes, y se apiade de su hijo. Y que él logre llegar a tiempo.
El demacrado rostro infantil de Andrés Felipe encarna el drama de toda una nación que padece en sus carnes las consecuencias del sangriento y despiadado negocio del secuestro. Su tragedia es la de toda Colombia, que ha sabido mirarse en el espejo de dolor del niño de 12 años.
Ciudadanos anónimos se han ofrecido a intercambiarse por el progenitor cautivo; otros han escrito al Papa para que interceda; el director de un periódico está organizando una marcha al corazón del territorio guerrillero... Pero no es la primera vez que la guerrilla soporta una presión popular similar. Y no les gusta ceder. Para ellos, hacerlo es signo de debilidad y además, como dijo a CRÓNICA un guerrillero hace unos días, todo es un montaje de los medios de comunicación.
De momento, su única concesión ha sido anunciar que estarían dispuestos a liberar al progenitor si el Gobierno les entrega un guerrillero preso.
Poco les conmueve la llamada de socorro de un niño que se muere de cáncer sin poder ver a su padre. Hasta que esta semana quedó clavado a una cama, una sonda y un respirador artificial, Andrés Felipe había librado, con el apoyo de Francia, su madre, una guerra particular con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), el grupo guerrillero que secuestró a su padre el 17 de marzo de 2000.
Escribió cartas, envió mensajes televisados, tocó todas las puertas, apareció en la prensa una y otra vez rogando que lo soltaran, que le necesitaba para superar el cáncer y la depresión.
Cuando en julio pasado, Gobierno y guerrilla acordaron la liberación de 242 soldados y policías en poder de los rebeldes, Andrés Felipe recobró la alegría, imaginó toda suerte de bienvenidas y esperó el gran día. Pero su padre no llegó. Con el corazón encogido, oyó en las noticias que oficiales y suboficiales capturados no entraban en el paquete de liberados, que debían esperar otra interminable negociación. Y él, de eso ya era consciente, lo que no tenía era precisamente mucho tiempo.
JAULAS DE ALAMBRE
Todo el país supo entonces cómo vivían la cautividad los militares secuestrados: encerrados en jaulas de alambre en medio de la selva. No les dejan acercarse a las mallas, ni gritar para desahogarse, y sólo les sacan de vez en vez para bañarse en un río. Comen arroz, papas cocidas y pasta, siempre con bichos. Casi todos sufren enfermedades por la humedad, las condiciones insalubres del agua y los insectos, y sólo les dan medicinas cuando se le antoja al guerrillero de turno. Y si osan protestar o chillar, el castigo es pasar dos días en un cajón de dos por dos, sin luz. «Recuerde el día más aburrido que haya tenido en su vida y súmele estar encerrado en una jaula, durmiendo en una tabla, con gente pegada a usted, sin su familia, enfermo, con hambre, rabia, angustia y nostalgia. Así eran mis días», recordó uno de los soldados liberados.
El pequeño Andrés Felipe no se rindió tampoco entonces. Volvió a la carga, pero el máximo líder de las FARC, Manuel Marulanda, alias Tirofijo, el guerrillero más veterano del planeta, se negó a hacer concesiones. Exigió que el muchacho fuera al Caguán (un territorio del tamaño de Suiza que el Gobierno entregó a las FARC para iniciar diálogos de paz), para que lo examinaran sus propios médicos.
Corría el mes de julio y Andrés Felipe necesitaba el pulmón de su padre para una posible implantación en caso de que le fallara en otra operación el que aún le funciona.Aunque el niño no viajó a la zona de distensión ante la negativa de los especialistas que lo atienden, sí lo hicieron sus informes médicos.
El Alto Comisionado de Paz, Camilo Gómez, los entregó personalmente a los líderes guerrilleros, que siguieron ignorando las súplicas del niño.
Andrés Felipe pasó de nuevo por el quirófano, le quitaron un pulmón y despertó soñando con encontrar la cara delgada y sonriente de su padre. No fue así. Entró entonces en una depresión que le produjo anorexia y un empeoramiento general. Volvió a la clínica y ya el pronóstico fue irreversible: metástasis en el riñón y tumor en la pelvis y el pulmón. «Tiene dos masas que le oprimen en el pulmón y la piernita. Hoy me dijo que quería morirse», decía angustiada la madre el lunes pasado.
Pero luego el pequeño recordó al padre y sus ojos tristes brillaron. No podía fallarle.«El tumor del riñón me ha cogido la pierna y no me deja moverla porque me duele», explicaba el niño. «Se me cayó el pelo y me adelgacé después de la quimioterapia. Me dan a veces ganas de caminar, pero al momentico le digo a mi mamá que me lleve a la cama porque no aguanto».Su madre añade que la masa que apareció en el riñón era mayor de lo que pensaron, y complicó la última operación.
Por esa razón tienen que esperar unas semanas a que se recupere para extraerle el de la pelvis y el del pulmón. Los médicos le han desahuciado.No creen que viva lo suficiente para volver al quirófano.
El 17 de marzo del año pasado el cabo Pérez, al mando de una pequeña estación de policía en Santa Cecilia, un remoto pueblo del Chocó, al oeste del país, sufrió el ataque sorpresa de un grupo guerrillero que multiplicaba por 10 su contingente de 17 agentes. Ocho murieron en el combate y el resto cayó preso.El niño esperó en vano la pronta liberación. A fin de cuentas su padre era un simple cabo que se había incorporado al cuerpo con el único fin de garantizarle la asistencia médica.
Andrés Felipe nació enfermo de cáncer. A los seis meses, le quitaron el riñón izquierdo y a partir de entonces los hospitales se convirtieron en su segundo hogar. Sus padres se divorciaron cuando tenía cuatro años. Con su madre, Francia Edith Ocampo, se trasladó a Buga (Valle), un pueblo caluroso situado a ocho horas de Bogotá, mientras su padre se volvía a casar y se instalaba en Pereira (Risaralda), región cafetera del centro.Su padre le visitaba algunas veces y siempre le llamaba por teléfono.Las últimas Navidades juntos las pasaron en 1999. Tres meses después le escribió una carta contándole que le trasladaban a Santa Cecilia, un pueblito rodeado de guerrilla. El infante la recibió después del ataque. Luego llegaron a sus manos tres pruebas de vida: un muñeco pintado en el reverso de una cajetilla de tabaco; una carta en la que le decía que le echaba mucho de menos, le pedía que comiera mucha fruta, se cuidara y rezara por los dos, y un vídeo en el que aparece su padre junto a otros rehenes, en la selva, delgado, sonriente. De eso hace ya un año.A los problemas de salud se unen los económicos. El padre le manda una pensión de 15.000 pesetas mensuales y su madre completa el presupuesto para sacar adelante al niño y a su hija de dos años, lavando ropa y limpiando casas por horas. Para los desplazamientos a Bogotá, han tenido que recurrir a la solidaridad de los vecinos, que hacen colectas cada vez que tiene que recibir tratamiento.
Pese a la enfermedad, Andrés Felipe es un niño alegre, activo.Se enfada cuando ve que la falta de aliento le impide correr con sus compañeros. «Extraño mucho a Yolanda, mi profesora, era especial conmigo; me daba un beso de llegada y otro de despedida.Quiero salir pronto del hospital para volver al colegio».
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